05/12/98
Salí de La Cucha en brazos de Willy -pese a que compró correa, collar y otras cosas que forman parte del kit mascotero-, porque en su fantasía él pensaba que yo iba a salir corriendo por la Avda. San Juan.
En realidad, con tan pocos días de vida -había nacido el 29 de septiembre; es decir, tenía poco más de 2 meses-, lo último que se me hubiera ocurrido era escapar. Especialmente con tantos autos, tanta gente y tanta cosa desconocida que me rodeaba.
Literalmente, mi vida estaba en sus manos. Después de insoportables noches en el local, sabiendo que pocos días me quedaban junto a mis hermanas y lejos de una mamá y un papá que ya no recuerdo, Marcela y Willy eran todo lo que tenía.
Ni siquiera conocía mi verdadero nombre.
Por eso, en camino hacia el auto, mi Mamá adoptiva dijo:
-Ahora te vas a llamar Psycho. ¿Te gusta?
Luego vino la explicación de mi Papá: el nombre -pronúnciese sáico- proviene del inglés y significa loco, psicótico. Lo propuso Willy, y Marcela estuvo de acuerdo, tras recordar una vieja canción del grupo Talking Heads que se llama Psycho Killer. Como sonar, sonaba bien al oído, aunque para mí daba lo mismo llamarme de esa manera como Capitán o Bobby.
Todo estuvo bien en el auto y el viaje fue rápido. Llegamos a casa y, contrariamente a lo que pensaban mis dueños, me parecía un lugar encantador e ideal para vivir. Tan ideal que, en cuanto Willy me dejó sobre el parquet del living, hice pis para marcar mi territorio.
Sí, señoras y señores: a partir de ese instante, el lugar era mío.
Juro que no lo vi venir.
Un alarido estremeció el departamento.
-¡No! -gritó Marcela.
Casi al mismo tiempo, una garra (después supe que era la mano de Willy) me alzó y -literalmente- me hizo volar 3 metros hacia la cocina.
El horror... Ahí conocí el horror.
Todo pasó en cámara rápida.
No alcancé a reponerme de la caída, cuando mi hocico se vio refregado una y otra vez contra la página de Policiales del diario Clarín al grito de Acá, acá. Los que quieran sacarse la duda de lo que se siente empaparse con su propio pis pueden probarlo. En el caso de los hombres, si pasaran por esa tortura seguramente serían más cuidadosos en levantar la tabla para orinar.
Nunca más hice pis fuera del lugar asignado para ello.
Desde ese día, cuando Willy pregunta: ¿Querés volar?, huyo a los brazos de Marcela.
Y lo digo en serio.
Salí de La Cucha en brazos de Willy -pese a que compró correa, collar y otras cosas que forman parte del kit mascotero-, porque en su fantasía él pensaba que yo iba a salir corriendo por la Avda. San Juan.
En realidad, con tan pocos días de vida -había nacido el 29 de septiembre; es decir, tenía poco más de 2 meses-, lo último que se me hubiera ocurrido era escapar. Especialmente con tantos autos, tanta gente y tanta cosa desconocida que me rodeaba.
Literalmente, mi vida estaba en sus manos. Después de insoportables noches en el local, sabiendo que pocos días me quedaban junto a mis hermanas y lejos de una mamá y un papá que ya no recuerdo, Marcela y Willy eran todo lo que tenía.
Ni siquiera conocía mi verdadero nombre.
Por eso, en camino hacia el auto, mi Mamá adoptiva dijo:
-Ahora te vas a llamar Psycho. ¿Te gusta?
Luego vino la explicación de mi Papá: el nombre -pronúnciese sáico- proviene del inglés y significa loco, psicótico. Lo propuso Willy, y Marcela estuvo de acuerdo, tras recordar una vieja canción del grupo Talking Heads que se llama Psycho Killer. Como sonar, sonaba bien al oído, aunque para mí daba lo mismo llamarme de esa manera como Capitán o Bobby.
Todo estuvo bien en el auto y el viaje fue rápido. Llegamos a casa y, contrariamente a lo que pensaban mis dueños, me parecía un lugar encantador e ideal para vivir. Tan ideal que, en cuanto Willy me dejó sobre el parquet del living, hice pis para marcar mi territorio.
Sí, señoras y señores: a partir de ese instante, el lugar era mío.
Juro que no lo vi venir.
Un alarido estremeció el departamento.
-¡No! -gritó Marcela.
Casi al mismo tiempo, una garra (después supe que era la mano de Willy) me alzó y -literalmente- me hizo volar 3 metros hacia la cocina.
El horror... Ahí conocí el horror.
Todo pasó en cámara rápida.
No alcancé a reponerme de la caída, cuando mi hocico se vio refregado una y otra vez contra la página de Policiales del diario Clarín al grito de Acá, acá. Los que quieran sacarse la duda de lo que se siente empaparse con su propio pis pueden probarlo. En el caso de los hombres, si pasaran por esa tortura seguramente serían más cuidadosos en levantar la tabla para orinar.
Nunca más hice pis fuera del lugar asignado para ello.
Desde ese día, cuando Willy pregunta: ¿Querés volar?, huyo a los brazos de Marcela.
Y lo digo en serio.
2 comentarios:
Yo diría que ahí comenzó tu educación y Papá te mostró quien mandaba.
De ahí en más comenzó un idilio entre ustedes que papá nunca se imaginó.
Debo admitir que es verdad, aunque hay formas y formas de educar.
Hubiera preferido tu suavidad como método pedagógico.
Y lo del idilio es muy cierto. Aunque el tipo es duro, ¿eh? Mirá que me costó que aflojara un poco.
Un besote.
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